7 mar 2013

EL SECRETO DE LA SUMISIÓN






¿Cuál es el secreto de la sumisión? No podemos ser tan infames como parecemos. No puedo aceptar que las personas seamos tan tozudamente sumisas por definición. No me lo creo. ¿Cúal es, entonces, el truco?

En los tiempos que corren, a menudo nos sorprendemos haciendo o diciendo cosas que no nos creemos del todo... y haciéndolo, como dice la abuela de una amiga, por un plato de arroz. Los abusos son mayores cada día y la compensación, por contra, cada día más pequeña. Podríamos pensar que ante tales atropellos las personas nos levantaremos en armas, quemaremos las calles, arderá la Bastilla... a menudo oímos o decimos "un día de estos pasará algo gordo". Sin embargo, pasa todo... y no pasa nada. Seguimos funcionando más o menos igual. Cambiando poco o nada nuestras elecciones vitales. Seguro que no soy la única que piensa: ¿Por qué mierda seguimos permitiendo todo esto? ¿Por qué no hacemos nada? ¿Por qué seguimos aceptando un sistema en el que no creemos si a cambio obtenemos... nada?

Hay un concepto básico en psicología que me da la pista: la disonancia cognitiva. Simplificando mucho, es la tensión que se genera en nosotros cuando tenemos ideas o creencias que entran en conflicto. Esta teoría predice que distorsionaremos la realidad para que encaje con la idea que tenemos de nosotros. Tenemos la conmovedora necesidad de justificar constantemente las propias elecciones porque, sobre todas las cosas, necesitamos creer que somos buenos, honestos, veraces, justos... lo que sea que cada uno se explique a si mismo. ¡Necesitamos creer que hemos actuado bien! Cualquier situación que ponga en peligro nuestra idea de nosotros mismos nos provoca un profundo conflicto o disonancia que no somos capaces de tolerar. Necesitamos eliminarla... ¡como sea! Y, para eso, nuestra cabeza empieza a mentirnos... 

El señor Arthur R. Cohen llevó a cabo un experimento cuyos resultados me dejaron en shock. Cohen eligió a un grupo de estudiantes a los que se les pidió que redactasen un texto defendiendo las brutales acciones emprendidas por la policía en unos recientes disturbios estudiantiles. Por supuesto, el psicólogo eligió para ello a los estudiantes más críticos con los sucesos. Es decir, tenían que defender algo con lo que estaban en profundo desacuerdo y por hacerlo, recibirían una remuneración. Había 4 sueldos distintos que se repartieron aleatoriamente: unos absurdamente bien pagados, otros sólo recibieron un centavo. Una vez terminado el ejercicio, se les pidió que expusiesen en voz alta sus verdaderas convicciones. ¿Cúales fueron los resultados? Los estudiantes que habían aceptado defender a la policía por el mejor de los sueldos, volvieron a defender acaloradamente su posición original. Aquellos que lo hicieron por un centavo mostraron una actitud mucho más comprensiva hacia la policía. Sí, has entendido bien: ¡los más comprensivos con la policía fueron aquellos que recibieron sólo un centavo! 

Por alucinante que pueda parecernos, Cohen y una multitud de colegas suyos llevan décadas demostrando que cuanto menor la justificación externa, mayor la sumisión. Aquellos alumnos que recibieron una buena remuneración no modificaron ni un ápice sus convicciones. Habían hecho lo que habían hecho por un motivo: la pasta. Desaparecida la recompensa, terminada la sumisión. Sin embargo, aquellos que dijeron que sí a cambio de nada entraron en conflicto con la idea que tenían de si mismos. Para reducir su sensación de estupidez, modificaron sus creencias al respecto. Los bien pagados se someten, pero sólo momentáneamente. Los mal pagados, lo harán de manera profunda y duradera porque modificarán su manera de ver las cosas para justificar que aceptaron... ¡por un centavo!

La teoría de la disonancia explica porqué seguimos comulgando aunque todo tenga cada vez menos sentido. Predice con exactitud lo que está ocurriendo: que cada vez recibimos menos, pero cada vez claudicamos más.

Para no sentirnos absurdos siendo partícipes del despropósito, nos formateamos una y otra vez, hasta creer que lo que tenemos nos gusta. Nos convencemos que aquello (trabajo, relación, amigos, x), que no nos compensa de ninguna de la maneras, "en el fondo, tampoco está tan mal...". Y esta se convierte en la más peligrosa de las sumisiones, en la más duradera, porque estamos predispuestos a modificar nuestras convicciones a fin de preservar nuestra idea de nosotros mismos. Ya no necesitamos guardián. Somos nosotros los que le buscaremos sentido a lo que no lo tiene. 
  
¿Significa esto que estamos vendidos? No, no, no. Pero... ¡ten siempre un buen motivo para hacer lo que sea que estés haciendo! Cuando un lugar, situación o relación no te compense de alguna manera... ¡huye! Porque, sino, ése será el día en que empieces a sabotearte a ti mismo.