Querida Barcelona, finales de los 90. Último año
de escuela, momento tesina. Año aborrecido por muchos y un verdadero alucine
para mí. ¡Tenía excusa para pasarme un año entero, con todas sus horas, recreándome
en mis obsesiones! Planazo. Retroalimentada por un grupo de amigos tan voraces
como yo, por los excesos de todo tipo a los que me sometía y por una ciudad moderna
en declive (lo cual tenía su punto...), me instalé en el futuro.
Un día, a saber cómo, dónde y a través de quién, cayó en mis manos algo que lo cambió todo: "Lain, Serial experiments". Una serie
de anime que, con suicidios
colectivos y Psico chips de por medio,
planteaba temáticas de profunda impronta filosófica: los límites entre el mundo
real y el virtual, la inmortalidad digital, la alienación, la soledad... Por
entonces, teníamos ordenadores en
casa; pero si querías acceder a la red, incluso en una escuela cara, tenías que
pelearte con tus compañeros para acceder a uno de los 9 que tenías disponibles
para ese fin. Y lo cierto es que, una vez pasada la euforia inicial, dejabas de
pelearte. Al fin y al cabo, Internet servía para buscar información. ¡Sólo era una biblioteca gigante!... La
libertad, tal como postulaba el spot de Amena, era ¡tener teléfono móvil! Para
estudiar, como para tirarse el rollo, molaba mucho más ir a que la librería que tocaba (por entonces, estaban
de moda las de los museos) a seleccionar cuidadosamente aquel libro que sólo
podías encontrar allí, maravillosamente maquetado, con ese tufillo a gráfico de
los 90 y, por supuesto, caro. Por culpa de Ikea, Taschen y Morcheeba, uno tenía
la sensación de estar siempre en el misma casa. Así que, por entonces, conseguir capítulos de algo que acababa
de estrenarse en la otra punta del mundo tenía su intríngulis... Pero, para pesar
de muchos, y como suele pasar en estos casos, ¡los conseguíamos! Una vez en
nuestro poder, nos reuníamos para pegarnos un atracón de capítulos con sus
consiguientes pajas mentales. ¿Vivir en la red? ¿Qué red? ¿De qué nos estaban
hablando? ¡Si acababa de abrirme mi primer correo electrónico!... Nosotros estábamos
conectados al mundo, ¡no a las máquinas!... O, al menos, esa era nuestra
percepción. Por supuesto, me quedé
pillada. De repente, supe que ya no me interesaba porqué habían ocurrido las
cosas en el pasado, sino qué cosas ocurrirían en adelante. Un personaje
hiperconectado, influido, trans, se convirtió en el centro de mi tesis entonces
y de mis obsesiones ahora.
Tan sólo una década después, aquello ha dejado
de parecer una inquietante ficción. Aquellas fronteras, entonces tan claras,
son cosa del pasado. ¡Ahora vivimos en la red! Compramos, aprendemos, nos comunicamos, nos excitamos, nos
reinterpramos, ligamos... ¡en la red! Y gracias a nuestros smartphones, ahora mucho más que un teléfono, lo
hacemos desde cualquier lugar, en cualquier momento. Ya no hay nada de
sorprendente en ello. Pero cuando la inteligencia artificial, la nanotecnología,
la biotecnología y otras tecnologías avanzadas hablaban de derribar las
fronteras entre lo biológico y lo artificial, no se referían a hacer amigos en
facebook...
Según el provocativo futurista Ray Kurzweil, a
día de hoy, ya existe la tecnología para poder hacernos vivir la realidad virtual. Gracias a
nanobots, inteligencia artificial del tamaño de un glóbulo rojo, podremos
desconectar las señales procedentes de nuestros cerebro para sustituirlas por
las señales que recibiríamos si nos encontrásemos en esa realidad. Sentiremos y
experimentaremos lo que sentiríamos o experimentaríamos en ese lugar. Podemos decir
que a efectos prácticos, la virtualidad será tan real como la realidad. El
famoso tecnólogo también predice que alrededor de 2045 podremos
descargar nuestra conciencia, pensamientos y procesos de razonamiento a una
especie de supercomputadora gigante. Y a la inversa, podremos cargar experiencias,
sentimientos o conocimientos en nuestro cerebro. Podremos hacer copias de
seguridad de nuestra memoria u optimizar sus funciones. Sus declaraciones mas
polémicas son las ofrecidas a la revista Rolling Stone; en ellas Ray dijo que
deseaba construir una copia genética, un clon de su difunto padre a partir del
ADN encontrado en su tumba y los recuerdos almacenados en su
propia mente.
Todo esto podría parecer el delirio de un excéntrico
de no ser porque cuenta con una batería de premios, honores y reconocimientos;
ha escrito 7 libros (5 de ellos best sellers); es uno de los inventores más
relevantes; y, en colaboración
con Google y la NASA, es responsable de la creación de la Universidad de la Singularidad. Ahora que ya nos hemos convecido
que Paypal no es una empresa
pirata rara que quiere robarnos; ahora que a nuestra madre por fin le ha
entrado en la cabeza que nadie va a secuestrar a nuestro hermano pequeño porque
tenga Tuenti; se abren las compuertas del último bastión: ¡tecnología aplicada al cerebro
humano! Se podrá operar sobre nuestra conciencia. ¡Nuestros pensamientos al
descubierto! ¡Los límites de lo biológico y artificial... fulminados!
Se podrán crear máquinas que repliquen nuestra
manera de razonar y, a su vez,
hacer que nosotros seamos capaces de razonar como lo harían nuestras máquinas... ¡impresionante
la pirueta! Imposible no atropellarse... ¿Desaparecerá la privacidad mental? ¿Se
harán las empresas privadas con esa información? ¿Se podrá monitorizar
todo lo que nos pasa por la cabeza? ¿Podremos recibir spam mental como propone
Richard Watson? ¿Tendrán propiedad intelectual nuestros pensamientos?...
Escucha... si nos lo hacemos bien, si gestionamos bien todo esto, podríamos conseguir que el mundo sea ¡grande para todos! Si la tecnología crece exponencialmente como ha sido manifiestamente
demostrado, sacando unos cálculos rápidos, significa que... ¡conoceré en primera persona todo esto! Saber
que moriré siendo una cyborg me parece sencillamente ¡fascinante!