21 may 2013

AMOR EN EL PUENTE COLGANTE




Reecontrarte con alguien que te conoció mucho en el pasado tiene algo de turbador. Al principio, te sientes reconfortado; inconscientemente, se mezcla la grata sensación de saberse querido, aun cuando te han conocido mucho, con la paz que da saber que hay cosas que siempre están ahí, que nunca cambian. Cuando de repente, te dice aquello de "¿Te acuerdas cuando...?", y entonces te ves revisando lo que quieres recordar... y lo que no. Pero lo verdaderamente desconcertante no es que te recuerden una mala borrachera o un peor polvo... el shock viene cuando te das cuenta de que no te reconoces; la historia que tu amigo cuenta, el modo en que tú la almacenas en la memoria y tu idea de ti mismo en la actualidad, no coinciden. 

¿Por qué hice aquello? ¿En qué debía estar pensando? La historia no encaja con el que eres ahora, pero ¡tampoco con el que eras entonces! Pasado el tiempo, ves con una lucidez que hubieras agradecido tener entonces, que aquello que elegiste en aquel momento sólo podía responder a una especie de ¡secuestro emocional!

Me viene a la mente un estudio de los setenta llevado a cabo por Donald Dutton y Arthur Aron. La investigación se llevó a cabo sobre dos puentes. Uno de ellos, ancho, robusto, seguro y a 10 metros de altura; perfecto para un paseo dominical. El segundo de ellos, el respetable Capilano, uno de los mayores atractivos de Vancouver: suspendido a más de 70 metros sobre el río y con un estrecho y trepidante recorrido de 137 metros, con balanceos incluidos. En cada uno de ellos, se colocó a una atractiva entrevistadora con el pretexto de hacer una encuesta sobre el entorno natural. Ambas entrevistadoras fake tenían las mismas instrucciones: parar a los caminantes que cruzaban solos por sus respectivos puentes y pedirles su participación en un sencillo experimento psicológico. Tras una serie de preguntas, las entrevistadoras debían terminar la entrevista facilitando su número de teléfono con un "Si quieres que te explique más cosas sobre el tema, puedes llamarme esta noche". ¿Cúales fueron los resultados? Más de la mitad de los sujetos del Conpilano llamaron. Entre los domingueros, sólo un 8% llamó a la intrépida entrevistadora.

Los apabullantes resultados intrigaron tanto a los investigadores que replicaron el experimento en el laboratorio. Esta vez, se manipularon los niveles de excitación de los participantes haciéndoles creer que iban a recibir descargas eléctricas. A algunos se les dijo que las descargas serían fuertes y dolorosas pero con peligro controlado. A otros, que serían leves como un cosquilleo. Los resultados fueron similares: los que habían sido advertidos de una fuerte descarga eléctrica reportaron haberse sentido atraídos por el experimentador. No lo hicieron aquellos que preveían un choque leve. El sistema automático de los participantes recibió respuestas fisiológicas (la aceleración del pulso, transpirar, enrojecerse...) provocados por el miedo con atracción por el experimentador.

Las emociones intensas nos confunden. La excitación residual del subidón previo se une y se empasta con las emociones generadas en la siguiente situación. Y, sin darnos cuenta, nos encontramos lanzándonos en plancha a los brazos de cualquiera, llorando por una nimiedad o feliz en exceso por algo que, bien mirado, tampoco es para tanto. 

La reflexión me deja mucho más tranquila; no fui tan terriblemente idiota... Al fin y al cabo, mi cerebro me jugó una mala pasada.

Post: Si quieres sexo, cambia el romance... ¡por la adrenalina!